El surrealista del Rock N' Roll


"Me embriago para conectarme con los estúpidos y por consiguiente con la estupidez”
Hubo alguien que producto de un hechizo espiritual, salvaje y sin concesiones construyó a un ser humano de las mismas características, con el compromiso de vivir la vida intensamente y siempre al límite, con la inminente caída a un abismo del cual no se sale, no por maldito, sino por su naturaleza irresistiblemente tentadora.
Cuando esto se traduce en música, es porque sin margen de error alguno, algo perpetuo nacerá.
Esta persona tenia la habilidad de recrear en el papel experiencias cinematográficas que nos invitaban primero a formar parte del reparto y luego ser protagonistas directos de la obra.
Si Lennon pinta cuadros de Dalí en tu cabeza, este hombre con un nombre que se tatuó a fuego en la historia grande del Rock, Jim Morrison produce y dirige películas en el aula de tu cabeza, con escenas vívidas, que asociamos al desgaste bello contenido en una gota de sudor producto de la pasión presente, salvaje e insaciable.
La intensidad de Jim, no tenía límites, por eso dejaba huella, como los poetas transcriben sus ideas al papel.
“En esta casa hemos nacido, a este mundo hemos sido arrojados”, “Deja que tus niños jueguen, si llevas al hombre a dar un paseo, la dulce memoria morirá. hay un asesino en el camino”, “Dile a toda la gente que vez, que me sigan, que me sigan caer. Dile a toda la gente que vez que serán liberados cayendo conmigo”.
Hedonista y nihilista, Morrison fue más que un poeta, fue idilio permanente entre poesía y música. Ahí surge lo irrepetible, lo prodigioso, lo que paraliza la vida para verla cavilar. Todas estas condiciones debían estar acompañados de aquello que genera un estado paralelo: Las Drogas.
La vida es una droga, por lo mismo estamos pegados, y nos cuesta lidiar con lo único que da fe: La Muerte.
Los estados paralelos cobran ribetes de urgencia. Es ahí donde se reinventa la vida, caminando por un desierto sintiendo los colores y más aun, escuchándolos hablar bajo un sol que despertaba al felino que cabalgaba la serpiente y devoraba los escenarios.
Los movimientos que desarrollaba este animal de las tablas, era la proyección salvaje de un público que lo alentaba de manera casi morbosa a la autodestrucción, que él festinaba porque sabía que finalmente estos acabarían tarde o temprano presos de esta condición, por necesidad.
Jim amaba y odiaba a su público, con ellos y para ellos activaba estos sentidos, que serían fidedignamente representados en la gente como si de espejos se trataran. Con esa música capaz de recorrer los cuerpos, de elevar la conciencia hasta el punto de perderla, forzando viajes introspectivos sin retorno.
The Doors, con Morrison, era esa banda capaz de representar la caída como una experiencia sanadora, su música alada te sacaba del vacío que con elegancia y sutileza creaban, para luego volver a arrojarte, todo entonado con el más celestial de los placeres. Los cuerpos constituían el alimento perfecto, para alguien que una vez consultado por su ocupación en la banda respondió sencillamente, “Jim”. El contacto con las masas, fue llevado con maestría por Morrison, porque eran su alimento. El contacto era innegable, profundo, un pacto de sangre tan propio de los indígenas.
A veces siento que The Doors no existió, que fue producto de una alucinación. Pasa mucho con las bandas que son de verdad y guardan siempre misterios que quedaran eternamente irresueltos.
Jim sabia cómo decorar letras oscuras, casi críptica con una voz circundante. Ahí uno de los mayores atractivos, porque entendía que la letra necesitaría de una voz magnética, y valla que lo fue. El arrastre de Morrison lo confirma, en vida, y ahora mucho más, muerto.
La facultad de alguien para traspasar generaciones yace en un temple determinado, ese que no traiciona los valores trazados, porque entiende que es ley, independiente si estos transgreden las normativas. Morrison supo estructurar una figura seductora. Su accionar siempre fue honesto y esto facilitó las cosas, sin duda.
Más allá de los análisis, se extraña este accionar en una sociedad cada vez mas plana y predecible, y en ciertos casos también en el escenario del Rock N’ Roll, que se ha vuelto irreconociblemente seguro.
Muchos músicos caminaron y caminan por este género imperecedero, pero son pocos los que pueden decir, “Yo soy el Rock”. Jim Morrison es uno de ellos.
Morrison encontró la paz, si es que esta verdaderamente existe en un lugar como estado permanente, en un ambiente cálido y acogedor. Jim, no solo sabía que iba a morir, sino que invitó a la muerte a su vida con el objeto de seducirla y crear desde el misterio, la agonía y el dolor. La poderosa muerte sucumbió ante los encantos del poeta y se llevo al músico y al hombre porque había un asesino esperando al final del camino.
Jim será por siempre recordado como alguien que optó por ser tormenta en el estado pomposo, frágil y protocolar que a veces propone la vida.

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